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martes, 16 de febrero de 2010

Almacén


Y al octavo día -contradictio in terminis-

el hombre inventó a un dios,
lo hizo esclavo y luego se esclavizó ante él.

Y al noveno día -expolitio anástrofe-

dieron la libertad los hombres, al dios que habáin creado,
dejándolo escapar para no volver nunca más.

A veces me obligan o me obligo a escribir y poco siento. En realidad no hay nada en esas horas sentado con cadenas y un lápiz atado a lo largo de mi cuerpo, pasando por recovecos, el lápiz, luego cuenta mi absurdo, nada más que eso, cuenta con tinta a la hoja blanca.
Otras veces escribo tan distinto a otras veces. Cambia algo sobre mi cabeza. Obviamente las ideas nunca son las mismas, obviamente la imaginación nunca está intacta, pero la forma de crear puede ser amarga y tibio vaso de leche, pueden ser letras aisladas o glosario de letras. Y escribo, escribo, ojo en la puntuación siempre, atento en el acento, puntiagudo acentuado en las palabras. Y atento de no pisar excremento (de metáforas usadas). Estoy seguro de que no hay metáfora tonta: o son todas tontas o no es ninguna. Estoy seguro de que toda metáfora es falsa y si es verdad no hay poema. Entonces el poema miente, y, lo peor el poeta inventa esa mentira, es decir harina de pescado, alimento de peces.
A veces cierta gente, me hace sentir como poeta. Yo les miento y explico que tan solo intento. Pero quién más que yo, si no es Dios, sabe que mi vida está cubierta de hojas (de hojas que nadie escribió y que mis pensamientos aprovechadores ocuparon). Así es como mi mente, poco a poco, año a año, se transforma en una biblioteca. A juzgar por lo poco que leo, una biblioteca barata, dirían todos y a todos a quienes he reconocido que detesto la lectura como a un zancudo en mi oreja. Pero mi biblioteca es tan rica, está llena de compendios y conocimientos, infinitos, los conocimientos presentes en mi almacén. No sé de donde salieron (por la sangre no me vienen). Además tan poco convencionales lo que se almacena en estantes. Tan poco institucionales, o familiares. Tan de médula y espinazo. Quizás de mente y oreja u oreja y mente (no sé si primero escucho y luego pienso o es al revés el asunto).
Tan calladito me lo tengo todo, tan oculto para no perder mi humildad. Apagaditos están todos mis talentos esperando el momento en que alguien los encienda. Tan privadas ciertas líneas que me atrevo a publicar (y a lo bruto le añado pintura para que pase desapercibido).
Tengo miedo de que algún día se me escape lo genio, tengo miedo, de que muchos lean lo que escribo, de que muchos sepan lo que pienso. ¡Ay! peor sería si se enteran que este mamerto en cualquier tema es todo un experto.

Por Detrás: Si hay algo de lo que mi biblioteca aún no se abastece es de un manual sobre cómo titular. Hace falta también un plumero para limpiar de vez en cuando la mugre.

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