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domingo, 29 de agosto de 2010

Un gato, patas, cola pelo largo. Columna angulosa si la recorres con el tacto. Ojos que por ver son vistos en la noche. Garras abriéndose camino en las fibras de las alfombras, de las ropas. Histólogo, conocedor de las pieles de los perros, los humanos, un par de pájaros. Bandido. Pasa una bandada, él la observa. Agosto, su mes, que se le va con menos felicidad que a un ansiano. Un gato, el simple observador de la realidad, que pasa de habitación en habitación mirando a través de las puertas, olfateando, lamiendo, en gemidos cantando. Pereza, la actividad muerta.
El hombre, amante de los gatos. Vive solo de humanos. El hombre, el amo.
Los pájaros pasan volando por sobre el tejado, territorio mezquino. Uno de ellos se separa para parar pereciendo en el paraje. Un pasaje funesto a la oscuridad, después de haber volado.
El hombre piensa -oh los pájaros han comenzado a morir de hambre-. El hombre piensa -debo alimentarlos-. Entonces del pan de su gato saca unas migas, las tira al patio. -Oh aves, vengan al festín que preparé para ustedes-. El gato observa, cuidadoso, con los ojos achinados. No le parece esta situación. Se entra el amo a comer de su plato. ¿Y el gato? va a recolectar las migas una por una con su lengua áspera.

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