El sol al parecer por esos días tira con más fuerza de la tierra, la deja próxima a él y a sus rayos, generando marejadas de vapores en el cielo. Es pésimo, porque lagunas se evaporan estancándose en las nubes, manteniendo el calor encerrado en una bóveda sin compuertas. Las mariposas tienen las alas empapadas luego de nadar en las piletas para huir del calor. El sol comienza entonces a evaporar el agua de sus cuerpitos y al hervir esta, las mariposas quedan quemadas, arrojadas justo a la salida de las fuentes, resecas, marchitas, como trapos de colores. Me percato de sus aleteos desesperados y no hago nada. Tengo una mano extendida sobre mi cara a modo de sombrilla. Todo hierve sobre el infierno, y bajo el cielo. Camino rápido para ventilar las ropas, no quiero estilar, no, qué vergüenza. Y de pronto en el semáforo de la plaza me habla un caballero de apariencia trastornada. Yo respondo de inmediato que sí a su invitación.
Me quiere hacer parte de sus experimentos, yo accedo, con tal de arrodillarme fuera de la luminosidad de un astro ensañado. Atravesando el portal, llegamos a su departamento. Era el típico piso estrecho del centro, número 203 y me hace entrar cerrando la puerta cuando hube dado mi primer paso adentro. Piso de madera, fresco. Ventanas sin cortina que dejan ver la panorámica de la ciudad. Me pregunta escuetamente si estoy en condiciones de entrar y yo mirando desgastado el panorama tras el umbral, contemplo las mariposas secas, los árboles inmóviles, y la evaporación de un escupo que algún mortal lanzó. Contesto que sí, sin rodeos. Por favor, sírvase entrar en la habitación.
Entro. Está oscurecida hasta la última fracción. Ya lo tengo decidido, no hay temores y permaneceré todo lo que sea necesario. Cierra la puerta y grita desde afuera: -te quedarás aquí hasta que puedas ver en este, el cuarto más oscuro del mundo-. Suena casi fantástico, casi metafórico. Pero no, en efecto, era el cuarto acondicionado para no conservar ni una pizca de blanco. Yo, la carnada. Y prosiguió: -abre la puerta cuando identifiques, sin el uso del tacto, lo que hay en uno de los rincones-. Asentí sin que él me viera.
En el cuarto la temperatura descendía unos cuantos grados, los necesarios para aliviar el calor que traía impregnado del mundo exterior. -Viejo lunático, todo sea por refrescarme- pensé un par de veces. Comenzó a apretarse mi garganta y las amígdalas parecían doler como una herida con limón. Era el cambio de temperatura, pero en fin, en vez de llorar recordé cuando danzaba con mis primos entre las carnes colgadas a los ganchos del techo de un frigorífico.
Después de un par de horas, si la noción no me falla, comencé a enloquecer, porque mis ojos no se acostumbraban a tal oscuridad. Desespera sumergirse en un colchón espeso y negro. Me encontraba ahí, conociendo la nada. Los sentidos poco perciben en esas condiciones, ni el ruido de mi respiración, ni el olor de mi cuerpo, ni la oscuridad en movimiento. La nada misma. Pobre de la ciencia que no tolera las emociones cuando quiere abrirse camino. ¿A caso el pseudocientífico este jamás se imaginó que comenzaría a desesperarme? Además, con esas palabras y frases que se despidió. ¡Temor!
Estaba atrapado, comencé a cantar. De nada servía, ¿para qué cantar cuando nadie puede oírte? Quizás este cuarto era el lugar donde siempre quise esconderme, no, no hablaré tonterías.
Entonces me sedujo el tacto. Me puse manos a la obra, manos a los muros, que ya comienza la búsqueda. Voy palpando murallas blandas y acolchadas. Fui tanteando el camino de mi escapatoria. Primero ubiqué la puerta que estaba cerrada. Eso me ayudó a ir más acelerado en búsqueda de los rincones de la habitación. No era inmensa pero me sentía desorientado y a menudo daba vueltas sobre mi mismo para estrellarme en las murallas y caer al piso. La desesperación es el motor de las faenas en las que se pone en juego la esperanza. La desesperación, un arma, que puede o no, estar cargada. A la mierda con la hipótesis que el tipejo este buscaba comprobar: "El organismo adapta sus estructuras fisiológicas que permiten distinguir los grises en la oscuridad. Esta adaptación incluso puede ocurrir en espacios donde la luz existente es cero." ¡Falso, yo no veo nada por más que fuerzo los ojos! Señor, permítame decirle que está profundamente equivocado y quiero que me saque de inmediato de esta mierda de experimento. Ciencia maldita. Nunca te vendas.
Sigo posando mis manos sobre los muros hasta encontrar un rincón. Muevo una vez más mi mano hacia la derecha y hallo colgando de un clavo la llave, seguramente la que abre la puerta. Corro entonces hacia ella, formándome un mapa mental de dónde se encontraba. Y al llegar empuño la llave para meterla en la chapa cuando las emociones que me habían gobernado desaparecen sin dejar huella. Me embarga la culpa. No cumplí con mi parte del trato. Mentí. Dejé que las pulsiones tiraran de mis riendas incluso cuando debo apagar mis instintos. Ofrecí mi tiempo a este experimento para renunciar en un par de minutos. ¿Qué tal si la hipótesis fuera verdadera, y hubiéramos encontrado alguna especie de verdad que hasta ahora se había mantenido oculta? Quizás mi existencia era reveladora. ¿Y si salgo triunfador con la llave entre las palmas? ¿Y si invento que logré ver y por eso pude hallar la llave colgada del muro? ¿Y si luego él publica esta historia en un artículo con todos sus tenicismos científicos y luego nos sorpreden, en realidad, a mí, y todo queda como una gran mentira? No puedo humillar el honor de los justos ni alentar las palabras deshonestas. ¿Por qué? Tengo rabia, quiero gritar, mentí y ahora el peso de aquello cae sobre mí.
Me quedo en la espera de que algún día vuelva. O que mis ojos logren ver para contar una verdad allí afuera. ¡Hice trampa! No puedo reconocerlo. Tengo la suerte de dos orgullos guardada en mi bolsillo. Si salgo tendré que reconocer mi derrota, si salgo y miento él será el derrotado, el mentiroso y yo la fuente de agua turbia. Estoy magullado por la pena. ¿Es que nadie entiende lo que es tener la llave para salir de una habitación oscura y quedarse encerrado para no herir el honor de otra persona? Suena casi existencial, casi poético, pero es ciencia, es sentido común. Me quedaré encerrado hasta que él vuelva a sacarme.
M u e r o, en aquella pieza sin poder ver más allá de mis lágrimas. Muero, fiel a aquel semidios. Muero, cuidando su honor y salvando su confianza en mí. Que vivan los dioses de apariencia harapienta, mientras yo estoy muriendo en el claustro al que me sometieron, porque yo quise, porque encontré aquí un lugar para llorar sin que nadie me viera.
Y luego de morir es cuando comienzo a preguntarme. ¿Será que ese científico quería comprobar la ciencia, o algo que va más allá? ¿Será que me sometió para ver cuán profunda podía ser la incisión de la lealtad? Prefiero pensar, ahora que estoy muerto, que sólo quería comprobar que el ojo podía ver en la oscuridad y no que quiso ver hasta donde podía llegar la fidelidad de un extraño confinándome a tal crueldad. Prefiero pensar, ahora que estoy muerto, que me ayudé a mi mismo muriendo arrodillado en ese rincón, porque fui yo el que quiso cuidar los intereses de los demás, moribundo en las espera de que él me viniera a rescatar. Prefiero pensar en que no me equivoqué, que él tampoco, prefiero pensar que vino por mí y que llegó demasiado tarde. Prefiero pensar que descubrió la verdad, que se dio cuenta de que ocupé el tacto y que no quise salir por respeto a su trabajo. Y así una sonrisa imagino de ese viejo loco, que me llevó a su casa cuando morían las mariposas.